Juana M. Román, presidenta de Fundación Amazonia: ‘Bolivia rifa su capital humano en la calle’

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Entre los cursos de párvulos y mi primera comunión había momentos muy especiales. Uno de ellos era cuando venían al colegio las ‘monjas misioneras’ cargadas de diapositivas evangelizadoras. Era bueno que vinieran, porque nos dejaban comer el bocadillo (no se estilaba la bollería industrial más que en ocasiones especiales) viendo escenas de hambre y miseria, de bebés desnutridos llenos de moscas y terribles llagas purulentas, siempre en brazos de la religiosa vestida al uso. Era como una constante postguerra Civil. Llegaban de África, de Sierra Leona, del Amazonas o de cualquier parte llena de lástimas, de horror y de penas.

Después repartían huchas y banderitas para que saliéramos a la calle a pedir para el Dómund (¿se escribe así…?) y todos aportábamos latas de conserva, arroz y legumbres para enviar ‘a los negritos’. Aceite, leche en polvo, sardinas, melocotón y piña en almíbar y kilos de grano, amén de la ropa usada que llevábamos a la parroquia (aquellos indestructibles zapatitos Gorila que pasaban por todos los hermanos y todos los primos y seguían intactos…) todo lo reutilizable pasaba a familias desfavorecidas. Aunque la comida nutría el comedor escolar durante todo el curso. No era lo mismo.

“Bolivia rifa su capital humano en la calle. Uno de cada cuatro niños trabaja para comer. El trabajo, la miseria y las vejaciones les roban su infancia”, dice la doctora Juana María Román, presidenta de la Fundación Amazonia.

Bolivia, nueve millones de habitantes. El 60 por ciento de la población se estructura en 36 grupos indígenas que se extienden de las nieves de los Andes hasta las tierras tropicales de la Amazonía. Rebosan sus recursos naturales: gas natural, oro, plata, estaño, hierro, madera… y rebosa también la pobreza de sus gentes. Los intereses de los pobres dependen, en gran medida y ante la falta de políticas sociales, de la Fundación Amazonia. Son de los pocos que luchan contra la vulnerabilidad agredida, la violencia y los abusos de trato habitual.

[colored_box color=»eg. red»]Terror en las calles[/colored_box] 

Es un mundo de amargura y vejaciones que no puede atenderse sólo con solidaridad porque es una violencia de derechos”, dicen en la Fundación. Desde que se abrieron las puertas de los hogares Mallorca y Miski Wasi, se ha mejorado la calidad de vida y la salud de más de 300 niños y niñas en lo que respecta a nutrición, hábitos e higiene, se han mejorado problemas de aprendizaje y se ha formado mano de obra cualificada, erradicando en muchos casos problemas de drogas, alcohol y prostitución y esquivando la marginalidad a la que estaban condenados. Alianzas, guarderías, casas de acogida y viviendas tuteladas, formación de formadores, protección a las familias, comedores populares y hasta la creación de mercados, atención pre y neonatal e incluso atención en el penal de San Roque a las madres y sus hijos colaboran en la consecución de un derecho inalienable: una mejor calidad de vida.

Al frente del equipo, cómo no (y desde siempre), Juana María Román. Doctora en Medicina, Pediatra, especialista en Neumología Infantil y psicólogo clínico. Ha dirigido el Servicio de Pediatría de Son Dureta entre 1977 y2006, ha logrado múltiples avances en la investigación del Asma Infantil escribiendo y trabajando en ello sin descanso, enseñando en la UIB y siendo la primera mujer en España en ingresar en una Real Academia (Académico Numerario de la Real Academia de Medicina de las Islas Baleares desde 1978). Gracias a ella el Asma ha dejado de ser aquella amenaza silenciosa e imprevisible, y gracias a ella la Cooperación Internacional ha subido a las conciencias de los ciudadanos de a pie. Fundadora y presidenta de varias entidades que actúan en la Amazonía, también está vinculada a la gran familia rotaria.

“Es verdad que parece prioritario el hecho de invertir en nuestro país, pero no podemos dejar aparte y actuar sobre las desigualdades del mundo. La cooperación y la lucha contra la marginación y la pobreza no debería ser un lujo propio de épocas de bonanza, sino un derecho”, dice la doctora Román. Habla del “sentimiento más profundo de los cientos de niños de la calle de esa sangrante América Latina, niños del mundo que también son nuestros niños”.

[colored_box color=»eg. red»]Sin dinero público[/colored_box] 

“Quiero, queremos, agradecer la labor de voluntarios y colaboradores para continuar con nuestra tarea, ya que el dinero público se ha acabado, lo que obliga sin discusión alguna a redescubrir nuevas bases sobre las que seguir levantando estas actividades. Nos encontramos en manos de la iniciativa privada y las iniciativas mixtas”, dice. La Fundación Amazonia, una pequeña pero entusiasta ONG nacida en Mallorca, no sólo reparte peces, sino que enseña a pescar.

Ayudar es compartir, es dar, no lo que te sobra sino lo que tienes. Ese es el secreto de la felicidad, la suerte de saber dar”, dice la doctora. Y sienta Cátedra. Porque oírlo de sus labios te lleva la necesidad imperiosa de hacerlo. Convence, y vence. Y sí, transmite la posibilidad de ilusionar. “No podemos comparar la pobreza que conocemos con lo que hay allí. Aquí los niños tienen alimentos básicos, ropa, certificado de nacimiento. En Sucre, por ejemplo, no hay padres ni madres ni juzgados de lo social, no hay atención a menores, ni prácticamente atención a secas. Aquí sobran profesionales, en cambio aquello es un horror”, cuenta la doctora.

“La dura y difícil captación de fondos”, el trabajo de Esteban Revert

Al frente del ‘fundraising’ está Esteban Revert. Calvianer desde hace ocho años, dirige el Departamento de Captación de Fondos de la Fundación Amazonia. Su trabajo, en el Ayuntamiento de Calvià, ayudó casualmente al encuentro con la doctora Román.

“Ella vendía papeletas para un evento a favor de la Fundación, y me propuse venderlas todas. Era el año 2004, yo estaba también en la Fundación Calvià, siempre he tenido necesidad de ayudar a los demás y de colaborar de cualquier manera. Me fui con ella a Bolivia y volví horrorizado. Cuando visité los centros de la Fundación Amazonia decidí que volvería cada año, cosa que he cumplido hasta 2010. Después no he podido, porque me paso el día y la noche y los fines de semana buscando financiación para poder mantener los proyectos existentes y llevar a cabo otros nuevos”, explica Revert.

“Aquella primera vez fue muy dura. A la hora de marcharnos nos rodeó una avalancha de niños y niñas dándonos las gracias por todo lo que recibían, hablaban de comida y estudios, de cama y protección, de seguridad y calor de hogar. La emoción era muy grande. A partir de ahí, cada año, he ido a dar charlas de economía básica, sexo, psicología, ayudas… He descubierto que tenemos grandes cerebros ‘de la calle de la vida’, grandes personas que necesitan protección, ayuda y soporte”, cuenta Esteban.

Captar fondos es una tarea muy complicada, más en época de crisis. Los grandes poderes fácticos sólo dan lo que les sobra si los beneficios son inmensos, no cuando dejan de ganar todo lo previsto (que no es que pierdan). “Por eso es tan complicado sacar a la gente de sus problemas. No quieren ver más allá, pero deberían, porque los niños de la calle podrían ser sus propios hijos. Tenemos mucha suerte de vivir en el primer mundo, y no lo valoramos”. Cierto.

Texto: Blanca Garau.
Fotos: Blanca Garau y Fundación Amazonia.

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